Documentos

La tragedia diaria de los gitanos en Hungría

“Los húngaros están cansados, frustrados. Buscan culpables y volverse contra las minorías es fácil”

 Mataron a su hijo y a su nieto de cuatro años por ser gitanos. Un año después, Erzsebet Csorba seguía viviendo junto a la incendiada casa de la familia. (AP/Bela Szandelszky)

A más de un periodista extranjero le ha contado Erzsebet Csorba su historia. Porque es uno de los puntos álgidos en la tragedia diaria, llamó la atención de la prensa internacional. Sucedió en Tatárszentgyörgy, un pequeño pueblo húngaro situado a unos 60 kilómetros de Budapest, durante la noche del 23 de febrero de 2009. Con cócteles molotov atacaron extremistas de derechas la casa de su hijo Robert. Cuando la familia trató de huir de las llamas, fue recibida por los disparos de francotiradores que la esperaban a la salida. Robert murió. Y también el nieto de Csorba, de cuatro años. Su nieta de seis resultó herida. Su nuera pudo salvarse con el menor de los niños saltando por la ventana. Los Csorba son gitanos.

“La situación de la etnia romaní en Hungría es más que mala”, dice Jenö Kaltenbach, director de la delegación húngara del Centro Europeo de Derechos Romaníes (ERRC). El nivel de desempleo entre este grupo supera no en pocas ocasiones el 50%, en otras roza el 100%. El acceso a la educación de sus miembros es bajo, el índice de personas sin formación duplica la media. También la mortalidad infantil es más elevada. Y no sólo eso, cuenta Kaltenbach: “la marginación está muy extendida, aún persisten muchos prejuicios y el ambiente es del todo antiromaní.”

Las encuestas revelan que el 70% de los húngaros tiene una opinión negativa de los gitanos, asegura Kaltenbach. Esto le da cobertura a las palizas, al amedrentamiento y a las olas de atentados como la vivida entre 2008 y 2009. “El problema en Hungría es grave”, reconoce Sandor Orban, de la Red de Europa del Este para la Profesionalización de los Medios, una organización que ha puesto en marcha cursos para formar a periodistas romaníes, “pero no se diferencia demasiado de lo que sucede en países como Bulgaria, Rumania, Eslovaquia e incluso la República Checa”.
 
 
Sólo el 42% de los gitanos termina la escuela, mientras que la media europea es del 97,5%. Pese a que está prohibido, en algunos colegios húngaros se sigue separando a los niños romaníes del resto de los alumnos. (AP/Eileen Kovchok)

En toda Europa viven entre 10 y 12 millones de gitanos, un importante contingente de ellos en la parte oriental del continente. En Bulgaria compone esta etnia el 10% de la población, en Rumania el 9. En Hungría pertenece a ella el 6% del censo: unas 600.000 personas, la principal minoría. Las lacras que la lastran no son ciertamente asunto de una sola nación. De “discriminación sistemática” y “violaciones de los derechos humanos de dimensiones insostenibles” habló a principios de este año el Parlamento Europeo, y eso refiriéndose al conjunto de la UE. Pero, ¿de dónde procede la violencia húngara? “La raíz hay que buscarla, entre otros factores, en la historia”, apunta Kaltenbach.

La espina que hiere el orgullo nacional húngaro se llama todavía, casi un siglo después, Tratado de Trianon, el acuerdo que castigaba al país por su asociación con los vencidos en la I Guerra Mundial. Por él perdió Hungría más de la mitad del territorio, el 30% de sus habitantes y prácticamente todas las regiones ricas en recursos naturales. El mapa de la “Gran Hungría”, el Estado que había marcado el pulso de los Balcanes y obligado a hacer concesiones a Austria, se hacía definitivamente pedazos.

El revisionismo unió a alemanes y húngaros durante el periodo de entreguerras. En 1943, cuando empezaba a perfilarse la derrota nazi, Budapest hizo un rápido intento de cambio de bando, al que los germanos respondieron ocupando el país e instaurando un gobierno manejable. Más de 400.000 judíos fueron deportados en el transcurso de sólo dos meses. A finales de 1944, los fascistas del Movimiento Hungarista de la Cruz Flechada se instalaron en el poder y continuaron desde allí con el genocidio hasta la irrupción de Ejército Rojo.

El uniforme negro y el pañuelo rojiblanco al cuello de la Guardia Húngara recuerdan sospechosamente a la vestimenta de los miembros de la Cruz Flechada. Esta milicia fue fundada en 2007 y refundada un año más tarde, entre otros por Gabor Vona, el líder del partido Jobbik, cuyas siglas corresponden a “Asociación de Jóvenes Derechistas Húngaros, Movimiento por una Hungría Mejor”. En las elecciones de diciembre de 2010, Jobbik obtuvo casi el 17% de los votos y 47 escaños en el Parlamento, sólo 12 menos que los socialistas que habían gobernado durante la pasada década y media.

Contra la “criminalidad gitana” y quienes atacan a la “Gran Hungría”, contra Unión Europea y la globalización, marchan milicias como la Guardia Húngara; dan discursos, inauguran monumentos y reclutan adeptos. (AP/B.S.)

A reconocer los límites del Tratado de Trianon se niegan personajes como Gabor Vona. De los problemas del país, aquejado de una grave crisis económica que ha dejado no sólo a las arcas del Estado, sino también a las empresas y a cientos de miles de familias de clase media al borde de la bancarrota, acusa el derechista a los partidos establecidos. Y como hasta ellos mismos reconocen que las dificultades financieras húngaras se han cocinado en casa -a través de la incompetencia, la corrupción y la no introducción de las reformas necesarias-, a Jobbik no le cuesta puntuar políticamente con estos temas.

La gente en Hungría está cansada, exhausta de los cambios que no llevan a mejor, frustrada”, cuenta Orban. El florín se desplomó a finales de 2008, convirtiendo en impagables los créditos contraídos por los húngaros, muchas veces en moneda extranjera. La productividad del país descendió en más de un 20%. El déficit público, ya alto, se disparó. De la noche a la mañana, y sin que muchos entendieran la razón, Hungría pasó de alumno aventajado en la transición al capitalismo a último de la clase. La Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional tuvieron que acudir al rescate; como contrapartida se exigen duros recortes sociales.

“En esta situación”, continúa Orban, “se buscan culpables. Volverse contra las minorías es fácil”. Los gitanos son para los húngaros lo que los inmigrantes para los europeos occidentales, compara. Un poco de chovinismo y una pizca de antizinganismo pueden llegar a bastar como receta política. “Los gitanos son cada vez más criminales”, citaba a Gabor Vona el diario alemán taz.de, “para ellos, robar y maltratar a Hungría no es un delito”. Por suerte, continuaba el líder de Jobbik, “la Guardia Húngara hace acto de presencia y demuestra su fuerza allí donde la policía no actúa contra la criminalidad gitana”.

“¡Salid gitanos, que hoy vais a morir todos!”

Y los de Vona no son únicos. Casi a diario marcha un grupo neofascista por alguna ciudad húngara. Los barrios romaníes formaban parte predilecta del recorrido, hasta que el gobierno lo prohibió el mayo pasado. En abril había tenido lugar otro punto álgido en la tragedia diaria. “¡Salid gitanos, que hoy vais a morir todos!”, contaban los romaníes de Gyöngyöspata, una pequeña localidad, esta vez en el norte del país, que les gritaban los extremistas de varias milicias. Con el ataque a un niño romaní de 14 años se había iniciado el enfrentamiento, que acabó en batalla campal, semanas de intimidación y en el éxodo de cientos de atemorizados

Al menos 300 romaníes abandonaron en abril de 2011 el pueblo de Gyöngyöspata. Huían de las milicias de derechas Vederö (Fuerza Protectora) y la Armada Betyaren, que toma su nombre de la lucha del siglo XIX contra la dominación de los Austrias. (AP/B. S.)

Hasta finales de junio de 2011 ostenta Hungría la presidencia de turno de la UE y Viktor Orban, el primer ministro húngaro, del conservador partido Fidesz, se esfuerza por contener los daños a su ya mermada imagen exterior. Antes de pasar el relevo comunitario, en la reunión del Consejo Europeo del próximo 24 de junio, quiere Orban extraerle a los socios un compromiso con la Estrategia Europea para la Integración Romaní, y eso pese a que su partido también pesca en aguas diestras, entre el Tratado de Trianon y una ambigua posición con respecto a la población gitana.

“Personalmente, la gente que dirige este país no me gusta”, reconoce Sandor Orban, “pero no se puede decir que sean abiertamente racistas. El Fidesz tiene diputados romaníes tanto en el Parlamento húngaro como en el europeo. Los responsables de los actos violentos han sido, por lo menos, detenidos y llevados ante la justicia”. La discriminación contra los gitanos en Hungría no nació con las pasadas elecciones, recuerda: “existe desde hace mucho, y los socialistas, que tienen un discurso más favorable a los romaníes, tampoco hicieron nada por acabar con ella.”

Kaltenbach saca igualmente mal balance de la política húngara para con la minoría gitana, y en la estrategia europea tiene poca fe: “se han pronunciado grandes palabras, pero la pregunta es si a éstas les seguirán los hechos. Después de lo sucedido en Francia, Europa se ha dado cuenta de que, si no actúa en la cuestión romaní, ésta puede llegar a convertirse en un gran problema. Pero me temo que en cuanto la presión de este convencimiento se reduzca, todo volverá a ser como antes”.

Fuente: Periodismohumano

COMENTA LA NOTICIA / COMMENT ON THE NEWS 

Mundo Gitano – Gypsy World